Tal y como los mercaderes de la salud se enriquecen hoy con productos como el noni y la baba de caracol, una vez que los esposos Curie difundieron su descubrimiento (por entonces, una curiosidad científica sin mayores aplicaciones reales), salieron a la venta una serie de artículos derivados del boom del momento: la radiación. Algo así como los antioxidantes de hoy, nadie sabía muy bien de que iba el asunto, pero todos estaban convencidos de que eran "buenos" para la salud.
Nuestra rotante de Radiología Maxilofacial nos los presentó en una entretenida exposición, de la cual extraigo algunos de los más curiosos.
El agua destilada con menos de un microcurie de isótopos de radio 226 y 228 se publicitaba como un excelente remedio para el reumatismo, eczema y desórdenes gástricos. No era raro en una época en que el agua bendita también se embotellaba y se vendía asegurando propiedades curativas y milagrosas.
Algunos compraban grandes cantidades de agua radiactiva no sólo para bebérsela, sino para emplearla en la fabricación de productos como el pan radiactivo y los chiclets del increíble Hulk.
La crema dental radiactiva fue producida durante la Segunda Guerra Mundial por el inventor de la capa de la linterna del gas, Carl Auer von Welsbach. En la parte posterior del tubo se aseguraba que la radiación "aumenta las defensas de dientes y las células de las gomas… están cargadas con nueva energía de la vida, el efecto de destrucción de bacterias se obstaculiza… le pule suavemente el esmalte dental y le da vuelta blanco y brillante".
Nada como una buena dosis de radiación para detener los efectos del envejecimiento. O al menos así lo creían las ilusas que gastaron sus ahorros en esta crema de amplio renombre en la Francia de los años 30. Incluso fue publicitada como creación del "Dr. Alfred Curie" aunque él no fuera un miembro de la familia Curie y probablemente nunca había existido.
Se aconsejaba a los varones colocarse el Radiendocrinator debajo del escroto durante la noche, con el objetivo de mejorar la performance. El inventor del mismo, Guillermo J. Bailey, era fanático de sus propios productos y los utilizaba regularmente, hasta que falleció en 1949 de cáncer de vejiga, sin haber roto ningún record Guiness en el área mencionada.
A los largo de los años, se sigue demostrando que a este tipo de comerciantes no les interesa en lo más mínimo que lo que venden funcione. Vividores de la ignorancia y la desesperación ajenas, les basta que la gene
crea en el producto, para que lo sigan comprando.
Los dejo con esta reflexión y, entre tanto, un obsequio para los engreídos de la casa.
Hasta pronto.
Aporte:
Dra. Elizabeth Ruiz García - R2 Radiología Maxilofacial
Más productos radiactivos:
http://www.iconocast.com/S00010/H0/News7.htm